El Museo Julio Romero de Torres revisa la trayectoria de uno de los grandes pintores que ha dado Córdoba, poseedor de un personalísimo estilo con el que realizó obras llenas de misterio, sugerencia y sensualidad. Instalado en la casa en la que nació, vivió y murió el artista, junto a la plaza del Potro, el museo abrió sus puertas en 1931, un año después de su fallecimiento, a partir de una donación de obras realizada por su viuda y sus hijos, y ha experimentado distintas ampliaciones y reformas. La última, que culminó en 2012, dotó al museo de nuevas medidas de accesibilidad, iluminación y seguridad y un discurso museográfico renovado.
Nacido en 1874, Romero de Torres es uno de los pintores españoles más relevantes de finales del siglo XIX y principios del XX. El museo recorre las principales facetas de su producción artística, desde sus temáticas más habituales hasta la importante presencia que su ciudad natal, Córdoba, con sus gentes, espacios y monumentos, tiene en sus cuadros; desde su entorno familiar (decisivo en su vocación y formación, ya que era hijo de Rafael Romero Barros, que fue conservador del Museo de Bellas Artes de Córdoba) y sus inicios en la pintura hasta sus obras de madurez, en las que exhibe su peculiar simbolismo con los recursos de un maestro.
El flamenco fue una de las grandes aficiones de Romero de Torres, que exploró con sus pinceles el potencial temático, semántico y expresivo del arte jondo, una relación a la que el museo dedica uno de sus espacios. El tratamiento que el artista hace de la religión y su reconocida faceta como retratista centran otras salas en las que es posible comprobar la evolución de una personalidad pictórica que fue elogiada por intelectuales de la época como Ramón María del Valle-Inclán o Manuel Machado, con los que el cordobés tuvo amistad. El recorrido desemboca en la sala que muestra la intensa relación del pintor con su ciudad, plasmada en muchas de sus obras maestras como Poema de Córdoba, El Pecado, La Gracia, Naranjas y limones y La chiquita piconera, posiblemente su composición más célebre.
El edificio en que se ubica el museo, del que destaca su fachada polícroma, de 1752, forma parte del antiguo Hospital de la Caridad, promovido por los Reyes Católicos a finales del siglo XV y que fue atendido por la orden franciscana.